miércoles, 21 de octubre de 2015

Desde Iraq

Llevo una semana en Iraq. Estoy participando en un proyecto de la Agencia Europea de Cooperación que tiene por objeto poner en marcha una red para el control automático de la calidad de aguas de los ríos del país, que es la que se usa para el abastecimiento doméstico de agua de las principales ciudades.


Iraq es una inmensa planicie de color blanquecino, arenosa y polvorienta, sin vida; un país asolado por la guerra que vive en conflicto prácticamente ininterrumpido desde comienzos de la década de los ochenta. En las ciudades abundan los edificios en ruinas. Muchas calles son auténticas escombreras. 

Hay alambradas, parapetos de hormigón y controles policiales por todas partes. Cuesta creer que me encuentro en la cuna de la más antigua de las civilizaciones.

Iraq vive de dos ríos, el Tigris y el Éufrates. Ambos nacen en las montañas del noroeste y cruzan el país de una punta a otra hasta desembocar en el Golfo Pérsico. Todas las ciudades principales están situadas a sus orillas. 

El país sufre una epidemia de cólera –la tercera desde 2007– que se ha extendido por al menos cinco provincias, con más de mil quinientos casos confirmados. El cólera es una enfermedad gastrointestinal causada por el parásito Vibrio cholerae que suele transmitirse por el consumo de agua en mal estado. Causa vómitos y diarreas. Si no se trata adecuadamente puede llegar a ser letal.

Iraq vive de dos ríos, el Tigris y el Éufrates. Todas las ciudades, así como la principal red de transporte, están condicionadas por la presencia de agua, especialmente en la mitad sur del país.

Es muy duro que estas cosas ocurran en pleno siglo XXI en un país que, a pesar de su desafortunada situación geopolítica, tiene recursos petroleros de sobra como para garantizar que el común de la población pueda vivir sin penurias. 

¿Qué hago yo aquí?

Llegué a Basora a mediados de la semana pasada, después de un viaje unas cuantas horas más largo de lo esperado. Me recogió en el aeropuerto un grupo de guardias de seguridad con ametralladora y chaleco antibalas, que me acercaron sin demora a un hotel-fortaleza de los que se estilan por aquí. En Iraq todo da bastante respeto. Los guardias dicen que no me preocupe, que la situación está más tranquila de lo normal estos días porque se celebran unas importantes festividades religiosas. Que no creen que pase nada. La tregua de Dios, supongo.

Ya ha pasado el verano y aun así tenemos cerca de cuarenta grados. Ni me imagino lo que debe ser esto durante los meses más cálidos. Un guardia, el único que habla inglés, me dice: “In Iraq we have nine months of summer and three months of hell”, o sea, “nueve meses de verano y tres de infierno”. Pues eso.

Pero me salgo del tema: estoy aquí porque participo en un macroproyecto financiado por la Unión Europea cuyo objetivo es poner en marcha una red de monitorización de la calidad del agua fluvial en Iraq. La idea es que esto permita mejorar el suministro de agua potable, de manera que el abastecimiento público pueda anticiparse los problemas y evitar epidemias como la de cólera.

Aquí una foto muy mala de las calles de Nasiriya. Me temo que no he tenido muchas oportunidades de hacer fotos que valgan la pena...

Mi cometido en esta fase ha sido contribuir a formar a los técnicos del gobierno iraquí mediante cursos intensivos sobre química del agua natural, fuentes de contaminación y técnicas de muestreo de aguas. El enfoque de la formación es eminentemente práctico: ideas adaptadas a la realidad de un país en vías de desarrollo donde lo que urge normalmente es actuar más que conocer. 

Siempre me sorprenderá lo mucho que la gente en estos lugares se valora la formación, las ganas que tiene la gente de aprender: cinco horas diarias de formación con traducción simultánea al árabe son insoportables para cualquiera. Y aun así hacían preguntas hasta el último momento. En Occidente somos muy afortunados de tener las oportunidades que tenemos por el mero hecho de haber nacido aquí.

Las clases han sido una paliza y nos hemos metido muchos kilómetros de carretera entre Basora, Amara, Samawa, Nasiriya y Bagdad, pero pienso que ha valido la pena. Pronto estaré en casa, insha'Allah.