viernes, 15 de agosto de 2014

El "inútil Manzanares"

Ninguno de nosotros hemos visto el Manzanares fluir en régimen natural. Solo podemos imaginarnos cómo fue en el pasado a través de las crónicas de época. Estas nos lo pintan como un río de contrastes, propenso a inundaciones durante las épocas húmedas y a convertirse en cenagal durante los estiajes. Lo cierto es que las aguas del Manzanares casi nunca sirvieron para calmar la sed de los madrileños. De ahí que, ya desde antiguo, nuestro aprendiz de río haya sido conocido como "el inútil Manzanares".



Tiene algo de paradójico que el Manzanares, siendo el curso fluvial más evidente del entorno de Madrid, haya sido desdeñado como recurso desde los tiempos de los árabes.
 
En gran medida, la historia de nuestra ciudad y su río es la historia de un desencuentro. Por sus fuertes crecidas y estiajes, el Manzanares nunca presentó un régimen hidrológico los suficientemente estable como para permitir a los madrileños saciar su sed. Por otra parte, el fuerte desnivel que era necesario salvar para subir sus aguas a la ciudad y la disponibilidad de aguas subterráneas hacía que la tarea, sencillamente, no mereciese la pena.

En efecto, el uso del Manzanares —definido en la Revista de Obras Públicas como un "río navegable hasta en coche", estuvo tradicionalmente restringido a algún pequeño riego ribereño, al arrastre de excretas, como lavadero para las personas y abrevadero para las bestias. En realidad, no fue hasta la segunda mitad del siglo XX, con la construcción del embalse de Santillana, cuando el Manzanares adquirió una relativa relevancia en el panorama de los recursos hídricos de Madrid. 

Pero no adelantemos acontecimientos...


El enclave primigenio de Madrid: por qué Madrid está donde está

Quizá sea porque el entorno de Madrid siempre fue encrucijada de caminos, o quizá por esa costumbre que tiene la historia de negarnos el conocimiento escrito sobre largos períodos de tiempo: el hecho irrefutable es que no existe consenso al respecto del origen histórico de la ciudad de Madrid. 


Algunos autores sugieren que podría identificarse con la antigua Miaccum, un pequeño emplazamiento romano del cual, se supone, proviene el nombre del arroyo Meaques, que atraviesa los bosques de la Casa de Campo. Otras teorías son más pintorescas: Mesonero Romanos, por ejemplo, explica cómo más de un insigne estudioso ha tratado de vincular Madrid la Mantua Carpetana a las deidades de la mitología clásica. La cuestión es que las referencias escritas más antiguas sitúan la construcción del alcázar hoy Palacio Real en el año 856 de nuestra era, es decir, en plena dominación musulmana. Así, y aunque no es descartable que los árabes aprovechasen la posición ventajosa de algún pequeño asentamiento visigodo, la fortaleza mora es considerada por casi todos como el germen de la moderna Madrid.

Esta bonita infografía que rescaté del diario "El País" muestra la topografía de la "almendra central" de Madrid (es decir, el territorio comprendido dentro de la M-30). Existe un cauce principal —el Manzanaresal que va iba a parar el arroyo del Abroñigal, que a su vez contaba entre sus afluentes con el arroyo de la Fuente Castellana (hoy Paseo de la Castellana). El enclave primigenio de Madrid se encuentra en los barrancos que dan al Manzanares. Allí se encontraban, entre otros pequeños manantiales, las Fuentes de San Pedro, que proporcionaron agua a la primera fortaleza musulmana.
Como muchas ciudades antiguas, el enclave primigenio se alzaba en alto, dominando el río Manzanares de manera similar, si bien menos espectacular, a cómo Toledo se yergue sobre un meandro del Tajo, o Segovia sobre la confluencia de los ríos Eresma y Clamores.

Estaba constituido por dos pequeños montículos, distantes entre sí apenas unos trescientos metros. Sobre el primero, cuya ubicación coincide aproximadamente con lo que hoy es el Palacio Real, se construyó un recinto militar. El segundo, que se destinó a la medina viviendas, zocos y mezquita, se correspondería con lo que hoy es la zona de las Vistillas. Estas dos colinas estaban separadas por el cauce del arroyo Matrice hoy calle de Segovia, un pequeño curso fluvial que nacía en las fuentes de San Pedro hoy plaza de Puerta Cerrada para ir a desembocar en el Manzanares.
 
Si Madrid fue aldea visigoda antes que alcazaba musulmana, desde luego nunca tuvo la importancia suficiente como para verse reflejada en las crónicas de los primeros siglos después de Jesucristo. En todo caso, sus habitantes se habrían contado por decenas o, como mucho, por unos pocos cientos. Cabe por ello pensar que el caudal de las fuentes de San Pedro habría sido suficiente para calmar la sed de la población sin que esta tuviera que recurrir a las aguas del Manzanares. Lo que sí es seguro es que Madrid experimentó un importante desarrollo a partir de los tiempos de la dominación árabe, constituyéndose en un centro estratégico para la defensa de Toledo frente a las huestes de la Reconquista. Muestra de ello son los distintos torreones de avanzadilla que con el tiempo construyeron en su entorno tanto los moros como los cristianos. Todavía hoy, muchos de ellos dan nombre a municipios y localidades como Torrelodones, Torrelaguna, Torremocha, Valdetorres del Jarama, Torrejón de Ardoz, Torrejón de la Calzada o Torrejón de Velasco.

Otros bonito croquis del emplazamiento primigenio de la ciudad. Vale la pena fijarse en los nombres de los arroyos: Leganitos, Arenal, Arroyo del Fresno, La Veguilla, Fuente Castellana, Valdemarín, Arroyo de Luche (Aluche)... Todos ellos dan nombre a calles o barrios del moderno Madrid. El dibujo es del Atlas Ilustrado de Madrid de López Carcelén. Un libro precioso y nada caro. Vale la pena comprarlo.
Esto necesariamente debió ir acompañado de un apreciable crecimiento de la demanda de agua, en parte por el incremento poblacional Madrid pasó de unos 2.000 habitantes en la segunda mitad del siglo IX a superar los 12.000 tan solo unas décadas después, y en parte por la "afición" de los invasores musulmanes a la ingeniería hidráulica. No en vano, fueron ellos quienes introdujeron en la península tecnologías como la noria o el regadío.

En la práctica, esto se tradujo en que las ciudades árabes de la península estuvieron siempre rodeadas de frondosos jardines y huertas, y Madrid no debió ser una excepción. Así lo ponen de manifiesto numerosos topónimos y nombres de calles del casco antiguo: calle de Huertas, calle de la Rosa, calle de la Huerta del Bayo, calle del Olivar, calle de los Siete Jardines hoy San Vicente, etc. 

Convertir Madrid en un vergel debió revestir ciertas dificultades, puesto que las condiciones naturales del enclave no terminaban de ofrecer un marco adecuado para la agricultura de regadío. Hay que tener en cuenta que sobre la meseta madrileña no había más agua que la del arroyo Matrice
—el arroyo que nacía en las fuentes de San Pedro, además de la de algún otro pequeño cauce efímero cuyas aguas no eran aprovechables para el riego por correr sobre vallecillos cortos y empinados.

La excepción a este razonamiento, claro, es el Manzanares. Por proximidad geográfica, es lógico pensar que este río hubiese sido la primera opción de abastecimiento. No obstante, los ingenieros árabes debieron pensar que la distancia y el desnivel de la ciudad sobre el cauce hacían inviable la utilización de sus aguas, puesto que ni siquiera consta que se pensase en construir grandes norias al estilo de la que hubo en Toledo. Es más, conociendo la pericia de los árabes en el aprovechamiento de las aguas subterráneas, parece factible que obviasen desde el principio la alternativa del Manzanares.

En este óleo de Goya titulado "La Pradera de San Isidro" (1788) se aprecia perfectamente el río Manzanares  —parte central de la imagen— y el alto sobre el que se ubica la ciudad de Madrid. La iglesia más alta que se ve sobre la loma es San Francisco el Grande. A la izquierda se distinguen el Palacio Real y el Puente de Segovia.


En efecto: hechos a los climas áridos, los árabes eran expertos en la captación de aguas subterráneas desde la Antigüedad. Muestra de ello son los antiguos sistemas de abastecimiento de grandes capitales como Marrakech o Teherán. Posiblemente les bastó un primer vistazo a las fuentes de San Pedro para darse cuenta de que en los terrenos circundantes al enclave visigodo había agua subterránea en abundancia. Después de todo, las aguas de los pocos manantiales naturales que encontraban en la zona, hoy desaparecidos, nacían directamente de la tierra. Puede que incluso fuese la presencia de estas fuentes una de las principales razones que les movieron a establecerse precisamente en Madrid: desde luego, no habría tenido sentido alguno construir una fortaleza de entidad con su núcleo poblacional asociado en un enclave totalmente carente de recursos hídricos.

Así, los árabes fueron los primeros en excavar galerías de captación de aguas subterráneas en el subsuelo madrileño. De acuerdo con Vernet Ginés, la primera obra de conducción de este tipo realizada por los árabes en España se construyó precisamente en Madrid en el siglo IX, y tuvo por objeto asegurar el suministro a la fortaleza de Muhammad I. Desde ese momento, Madrid pasó a abastecerse casi exclusivamente mediante lo que tradicionalmente se conoce como "viajes de agua", una suerte de túneles de captación de aguas subterráneas parecidos a los modernos alcantarillados.


Para no perder el hilo de la historia evitaremos hablar de los viajes de agua por ahora: prometo dedicarles una entrada monográfica más adelante, pero hoy estamos con el Manzanares.
 

El Manzanares, protagonista del Siglo de Oro de la literatura

Siglos después, ya en tiempos del Imperio, Madrid se convirtió en uno de los grandes centros de poder del Viejo Continente. Capital de la primera potencia militar y económica de su tiempo, la ciudad gozaba de un estatus comparable al de cualquier otra urbe europea. En todo. 


Bueno, en todo menos en lo que respecta al agua. 

Las grandes capitales de la época —véase Londres, París, Roma, Sevilla o Viena— se ubicaban en las márgenes de ríos caudalosos y navegables, o bien —Amberes, Amsterdam, Lisboa en estuarios susceptibles de albergar importantes puertos costeros. Madrid, sin embargo, disponía solamente de un triste arroyuelo

Esto debía tener cierto peso en el sentir de los madrileños, porque el Manzanares pronto se convirtió en objeto de sátira, empezando por muchos de nuestros más insignes literatos. Por ejemplo, Lope de Vega habla de Madrid en "Mudanzas de Fortuna" como “la ciudad que tiene y no tiene río”. Y no satisfecho con ello, se refiere a la exigüidad de su corriente en "La Paloma de Toledo":
“Que es una cosa muy vil,
digna de que la repares,
que esté cerca el Manzanares,
y dependamos de Abril”.
 
Como es lógico, "abril" en este caso hace referencia a las lluvias de primavera "en abril aguas mil". Pero el Fénix no fue el único en hacer chanza del Manzanares. Tirso de Molina le dedica estos versos:
“Como Alcalá y Salamanca tenéis,
y no sois colegio,
vacaciones en verano,
y curso sólo en invierno”.

En este caso, el autor juega con el doble sentido de "curso" —curso académico o curso del río— para referirse a su escaso caudal durante los meses de estiaje.

Tirso de Molina, Lope de Vega, Góngora, Quevedo... los cuatro tienen en común dos cosas: la primera es que son grandes genios del Siglo de Oro de la literatura; la segunda es que todos ellos se burlaron abiertamente del río Manzanares en sus obras.


Curioso es el caso de Góngora y Quevedo, enemigos acérrimos en todo y sin embargo de acuerdo con respecto al Manzanares. El primero:
“Duélete de esa puente, Manzanares;
que dice por ahí la gente
que no eres río para medio puente
y que ella es puente para treinta mares”
Y el segundo, que a menudo se refirió al Manzanares como un "aprendiz de río":
"Tiéneme del sol la llama
tan chupado y tan sorbido
que se me mueren de sed
las ranas y los mosquitos”.
Autores posteriores a los genios del Siglo de Oro, como Pío Baroja, tampoco se quedan cortos:
"Río trágico, siniestro, maloliente; río negro que lleva detritos de alcantarillas, fetos y gatos muertos (...)"
Y quizá por ello, Bravo Morata, en su "Historia de Madrid", lo resume todo así:
“(...) este río madrileño puede codearse con los más importantes del mundo, y no por su caudal. La fama se adquiere por varios caminos: junto  a un Sena cargado de historia y de paisaje, junto a un Rhin poderoso y pictórico, junto a un Volga nevado e impresionante, junto a un Amazonas tan ancho como el mar, el Manzanares puede lucir la palma de haber sido durante siglos el río más burlado de todos. Burlado en prosa y en verso, unas veces en todo cordial y otras de manera desdeñosa (...)”.
De esto concluimos que el Manzanares nunca fue demasiado útil, y eso que los madrileños lo intentaron. De hecho, lo intentaron durante siglos...

El Canal del Manzanares 

Teniendo el suministro de Madrid resuelto con las aguas subterráneas, las posibilidades de aprovechar el Manzanares pasaban por hacerlo navegable hasta el Tajo (vaya por delante que cuando hablamos de navegación no estamos pensando en transatlánticos, sino más bien en botes de pocos metros de eslora y reducido calado).

Esta idea se plantea por primera vez bastante antes de los Reyes Católicos, durante el reinado de Juan II de Trastámara (1405-1454). En un tiempo en el que los viajes por tierra eran lentos, polvorientos y penosos, a merced de fieras y salteadores de caminos, la posibilidad de enlazar Madrid, Aranjuez, Talavera, Toledo y, finalmente, Lisboa por el agua resultaba ciertamente atractiva. Eso por no hablar de las alternativas militares que ofrecía durante las últimas décadas de la Reconquista y las posibilidades comerciales que atraería en tiempos venideros.

Pero el gran problema del Manzanares siempre fue lo variable de su caudal. Antes de la construcción de sus embalses de cabecera, bien entrado el siglo XX, podía ser incluso navegable tras las lluvias de primavera y el deshielo de la sierra. Sin embargo, en verano a menudo se convertía en apenas un hilillo de agua, o quizá incluso llegaba a secarse por completo. Por tanto, hacerlo navegable pasaba por incrementar considerablemente su caudal de verano. Con los medios de la época, solo cabía una posibilidad: juntar el Manzanares con el cercano Jarama, un río mucho más caudaloso y estable.

De acuerdo con las crónicas de época, Juan II no pudo llevar a cabo el proyecto por causa de la oposición del gremio de molineros del Jarama. Estos aducían que al desviar el cauce se les quitaba la corriente que movía sus enormes piedras de molino, y que por tanto se hacía imposible mantener su actividad de molienda. Dado que las hambrunas eran relativamente frecuentes y que la harina era la materia prima de alimentos básicos como el pan, los molineros tenían cierto peso en la sociedad. Además, Juan II distaba mucho de poseer la prerrogativas de un monarca absoluto. Por tanto, aquellos se salieron con la suya y el proyecto se abandonó hasta siglo y medio más tarde.

En 1582, Juan Bautista Antonelli, ingeniero italiano, propuso a Felipe II retomar el plan. A pesar de ser el hombre más poderoso de su tiempo, este rey tampoco tuvo suerte en su empeño, en parte porque otros asuntos casi siempre más urgentes solían reclamar su atención. En realidad, su interés en el proyecto de navegabilidad del Manzanares se centró en comprar terrenos en la ribera occidental —lo que hoy es la Casa de Campo— y en realizar algunos viajes de reconocimiento en chalupa por el Tajo y el Jarama, comprobando las ventajas de unir por el agua Toledo, Aranjuez y Vaciamadrid. A la muerte del italiano en 1588 el proyecto perdió fuerza, hasta el punto de que terminó por abandonarse de nuevo hasta los tiempos de Felipe IV.

En 1662, este último encargó a los coroneles Carlos y Fernando Grünemberg un estudio para evaluar de nuevo la posibilidad de detraer agua del Jarama para hacer navegable el Manzanares. Estos le vinieron a decir que el coste de hacerlo era desorbitado, lo que se debía fundamentalmente a las muchas dificultades técnicas que entrañaba el proyecto. Aducían, entre otras cosas, que el canal debería atravesar barrancos profundos, y que para evitar que toda el agua se escapase por los mismos sería necesario construir un buen número de costosísimos diques. Fue entonces cuando se abandonó definitivamente la idea de alimentar el Manzanares con aguas del Jarama. 

Plano del proyecto del Real Canal del Manzanares de los coroneles Grünenberg (1668). Con ellos se abandonó la idea de desviar las aguas del Jarama hacia el Manzanares en favor de un sistema de esclusas, si bien el proyecto que planteaban no llegó a realizarse. La imagen es de la sección de Obras Hidráulicas del Archivo del Ministerio de Fomento (Plano 626).
Sin embargo, los coroneles pensaban que hacer navegable el Manzanares suponía una gran oportunidad comercial para Madrid (y para ellos mismos, como a continuación veremos). Entre otras razones, esgrimían que materias primas como el carbón eran mucho más baratas en Aranjuez simple y llanamente porque podían llegar por transporte fluvial desde Lisboa. 

Así, propusieron una alternativa más barata al trasvase del Jarama basada en construir un sistema de esclusas. Se comprometían a llevarlo a cabo ellos mismos, previo pago de una fianza de un millón de reales de a ocho (o, lo que es lo mismo, un dineral de la época). Su idea consistía en convertir el río en una sucesión de compuertas como la de la siguiente figura, transformando el Manzanares en una serie de pequeños embalses escalonados:

Una esclusa es una compuerta. Cuando está cerrada, hace el papel de presa, almacenando la corriente que viene de aguas arriba. Al llegar un barco que quiera remontar la corriente, (1), la esclusa se abre dejando entrar agua del escalón siguiente, (2). Una vez se equilibra el nivel del agua, el barco se mete dentro, momento en el cual se cierra la esclusa que había abierto para dejarle paso. (3) Tan pronto como esta se cierra, se abre la siguiente, dejando entrar agua del escalón superior. (4) El proceso se repite tramo tras tramo, de manera que cada pareja de esclusas hace un "efecto ascensor" que permite al barco subir o bajar de uno a otro. Este sistema sigue utilizándose actualmente en muchos ríos y canales del mundo, incluido, por ejemplo, el Canal de Panamá.

La muerte de Felipe IV, acaecida en 1665, supuso un nuevo frenazo al proyecto. Los Grünemberg se lo propusieron de nuevo a la reina regente en 1668, pero sin demasiado éxito. Tampoco triunfaron las diversas tentativas efectuadas en la primera mitad del siglo XVIII, incluida la del ministro José de Carvajal, que proponía unir el Manzanares con el Tajo, el Duero y el Guadalquivir mediante una red interior de canales.

No fue hasta el reinado de Carlos III (1759-1788) cuando la propuesta finalmente tomó forma, manteniendo la idea de las esclusas. El proyecto comenzó a moverse en torno a 1770 gracias al interés particular de un empresario, Pedro Martinengo, que promovió su desarrollo a cambio de derechos de uso y otros beneficios. Así, se construyeron hasta diez esclusas a lo largo del tramo que va desde el Puente de Toledo hasta Vaciamadrid. Podría decirse que la iniciativa tuvo algún éxito, pero lo cierto es que el tramo más cercano a esta última localidad nunca fue realmente navegable, lo que quiere decir que las embarcaciones madrileñas casi nunca llegaron a alcanzar la confluencia con el Jarama.  

Hay quien dice que el astuto Martinengo se había dado cuenta tiempo antes de que no conseguiría hacer navegable el tramo comprendido entre la novena y la décima esclusa —de la Cañada Real Galiana a Rivas-Vaciamadrid aproximadamente—, y que por ello le vendió la infraestructura al monarca antes de que su fracaso quedase patente. Así, tan pronto consiguió tener ocho de las diez esclusas en funcionamiento, Martinengo vendió el canal a la corona. A partir de este momento las obras adquirieron la denominación de "Real Canal del Manzanares". Corría el año de 1779.

Carlos III invirtió en el canal, y lo mismo hizo su nieto, Fernando VII, tras la Guerra de Independencia (si bien este último se limitó sobre todo en darle un carácter ornamental a las esclusas, con la esperanza de convertirlo en una gran obra monumental). Sin embargo, la llegada del ferrocarril de Aranjuez a Madrid a mediados del siglo XIX trajo una alternativa al transporte de mercancías técnicamente más sencilla y barata al canal. Este finalmente se abandonó y se acabó subastando por secciones. 

Este es el mapa topográfico de Madrid de 1932 (pulsa para verlo más grande). Al sur de la ciudad, en paralelo al río Manzanares, aparece cartografiado el Real Canal (también se muestra en los topográficos de 1875, 1916 y 1969). Paseando por esa zona todavía es posible fotografiar restos de las antiguas esclusas. Con ojos de un madrileño del siglo XXI llama la atención que Vallecas, Canillejas, Fuencarral o los Carabancheles —hoy plenamente integrados en la aglomeración urbana— eran entonces pequeños pueblecitos de las afueras.
 
El Canal del Guadarrama

La alternativa del Jarama se abandonó y el entramado de esclusas del Manzanares nunca llego a funcionar, pero lo que no se le puede negar a los madrileños es su empeño en hacer de la capital un puerto de mar: a finales del siglo XVIII, en plena pelea por hacer funcionar el Canal del Manzanares, se planteó otro trasvase para incrementar el caudal de nuestro río. En este caso, se habrían de obtener las aguas de otro cauce cercano
—el Guadarrama— desviando sus aguas a la altura de donde hoy encontramos la Presa del Gasco (unos kilómetros al oeste de lo que hoy es Las Rozas).

Este plano, fechado en 1786, recoge el trazado previsto para derivar aguas del Guadarrama al Manzanares. Se trata de otro audaz proyecto que nunca llegó a terminarse. De él solo nos quedan los restos de la presa del Gasco y algunos vestigios del canal. Fuente: Bibloteca Digital de Patrimonio Bibliográfico. 
 
El proyecto era en verdad ambicioso: la idea era llevar las aguas al Manzanares para hacerlo navegable hasta el Tajo, y posteriormente enlazar este último mediante canalizaciones con el Cigüela, el Záncara, el Jabalón y el Guadalquivir. Nada más y nada menos. El caso es que la presa del Gasco falló debido a una avenida a las primeras de cambio, lo que dio al traste con la iniciativa.


La época de los embalses y el Manzanares del siglo XXI
 

A mediados del siglo XIX la población de Madrid había crecido más allá de lo que la tecnología de captación de aguas subterráneas era capaz de soportar (hay que recordar que se trataba de una técnica desarrollada muchos siglos atrás). Esto propició importantes problemas de abastecimiento y acabó con la construcción del Canal de Isabel II, que trajo las aguas del Lozoya hasta la capital. A todo ello dedicaremos una entrada monográfica del blog más adelante. El hecho es que la llegada del agua, unida a la del ferrocarril, propició una nueva etapa de crecimiento de Madrid que continúa hasta nuestros días. 

Así, el Plan de Ensanche de Madrid de Carlos María de Castro se aprobó en el año 1860, cuando Madrid tenía del orden de un cuarto de millón de habitantes. La población alcanzó los 600.000 a comienzos del siglo XX, y se disparó hasta los tres millones en la década de los setenta del siglo XX. La metrópolis crecía en todas direcciones, anexionándose pequeños pueblos del extrarradio como Tetuán de las Victorias, Chamartín de la Rosa, Carabanchel o Vallecas. 

El crecimiento demográfico fue aparejado de problemas de abastecimiento de agua más o menos graves, asociados principalmente a fuertes sequías (1906, 1945, 1965). Es por ello que van construyéndose distintos embalses, como el de Santillana (1912), Puentes Viejas (1939) y Riosequillo (1958). La sequía de mediados de los años sesenta del siglo XX dio lugar a la última gran crisis de abastecimiento en Madrid. Esto propició la construcción de nuevos embalses como Pinilla (1967), Pedrezuela (1968), Valmayor (1976), y sobre todo, El Atazar (1972), cuya capacidad de almacenamiento actualmente supone el 45% del total del conjunto de los embalses de Madrid.


El Manzanares hoy cuenta con tres presas. La primera, Santillana, se construye en las primeras décadas del siglo XX para generar energía hidroeléctrica, si bien se recreció y reconvirtió a embalse de abastecimiento en torno a 1970. En torno a esa fecha se construyen las otras dos: Navacerrada y El Pardo. El embalse de Navacerrada, que realmente capta las aguas de un afluente (el Samburiel), sirve para abastecer de agua a algunos de los pueblos ubicados en las faldas de la sierra de Guadarrama. Recibe además agua de la cuenca del Guadarrama, y más en concreto del embalse de Navalmedio, a través de un pequeño trasvase.

El embalse de El Pardo, como su propio nombre indica, se ubica en el Monte de El Pardo. Sirve exclusivamente para regular el caudal que el río Manzanares lleva a su paso por Madrid, por lo que cumple sobre todo una función estética, ecológica y de laminación de avenidas, además de llevarse nuestros vertidos de aguas residuales aguas abajo del casco urbano. 

Hace algunos años, con el soterramiento de la M30, el entorno del río fue rehabilitado para el ocio de los habitantes de la capital, que hoy acuden en masa a disfrutarlo (y el que no se lo crea, que se de una vuelta cualquier fin de semana de buen tiempo por la zona de Madrid Río). Es verdad que el Manzanares nunca será el Danubio ni el Sena, pero podemos decir que en las últimas décadas ha ido dejado de ser el aprendiz de río que siempre fue para erigirse en un río útil y con valor paisajístico para los madrileños.