miércoles, 1 de abril de 2015

Los viajes de agua de Madrid (I)

¿Te has preguntado alguna vez lo que significa el nombre “Madrid”? ¿Sabías que guarda estrecha relación con las obras hidráulicas? ¿Sabes que durante siglos Madrid dependió exclusivamente de un complejo sistema de galerías que recogían agua del subsuelo? Con la entrada de hoy empezamos una mini-serie sobre los viajes de agua de Madrid.


El interés por el agua como recurso se remonta a los albores de la raza humana, ya que el agua es indispensable para la vida y constituye la base para la prosperidad y desarrollo de cualquier sociedad. Todo asentamiento humano, desde la más pequeña de las aldeas hasta la mayor de las concentraciones urbanas, debe garantizar el suministro de agua para poder subsistir. Así, no extraña que las grandes culturas de la Antigüedad sean conocidas como “civilizaciones fluviales” por haber florecido en el entorno de grandes ríos. Entre ellas destacamos la cultura egipcia, que se desarrolló a lo largo del cauce del Nilo, la china, que lo hizo junto al Amarillo, la india en torno al Indo, y la mesopotámica, cuyo nombre significa etimológicamente “entre ríos”, en el denominado Creciente Fértil, entre los ríos Tigris y Eufrates. 

Todos estos pueblos desarrollaron un nada despreciable nivel de conocimiento hidrológico, así como de tecnología hidráulica, hasta el punto de que algunas de sus grandes –y pequeñas– infraestructuras han llegado hasta nuestros días. Sirvan como ejemplo los restos de diques anteriores al año 2200 a.C. que se conservan en China, o los nilómetros desarrollados por los egipcios para la monitorización de las crecidas del Nilo, que datan de treinta siglos antes de Cristo. De la misma manera, encontramos medidas de nivel en el oasis de Gadamés que se remontan al año 1050 a.C., y se sabe que los antiguos hindúes fueron los primeros en utilizar el pluviómetro allá por el siglo VI a.C. Qué decir, por último, de las monumentales termas y acueductos romanos, muchos de los cuales constituyen importantes atractivos turísticos en la actualidad. 

Aunque menos conocida para el gran público, la explotación de las aguas subterráneas es casi tan antigua como la de las aguas superficiales, en especial en el Oriente. Muestra de ello son, por ejemplo, los pozos perforados en la antigua China, que datan de hace unos 5000 años, o las frecuentes referencias a pozos en el Antiguo Testamento. 


Entre las técnicas de recogida de aguas subterráneas empleadas en la Antigüedad encontramos también las galerías drenantes, a menudo llamadas qanats, una suerte de túneles subterráneos, parecidos a los modernos alcantarillados, que se utilizaban para liberar el agua atrapada en el subsuelo y conducirla pendiente abajo hacia fuentes o depósitos. Se sabe que los habitantes de la antigua Persia ya habían perfeccionado este método hace 2500 años. Gracias a las conquistas del Islam y a la Ruta de la Seda, la técnica se extendió por todo el mundo, llegando hasta la península ibérica por el oeste y hasta la China por el este.

Las galerías filtrantes nacieron en Armenia y Persia, donde se denominaban “qanats”, varios siglos antes de Cristo. Fueron propagándose por el Mediterráneo hasta llegar a España, y por Asia hasta la China. Existen también evidencias de estructuras similares en el Nuevo Mundo, si bien los estudiosos no se ponen de acuerdo acerca de si la técnica fue exportada por los conquistadores españoles o si las civilizaciones precolombinas fueron capaces de desarrollarla autónomamente. En España los qanats adoptan nombres como “galerías”, “mayras” o “viajes”, siendo estas dos últimas denominaciones casi exclusivas de Madrid.


El agua en los orígenes de Madrid: las "mayras" o viajes de agua

Sabido es por todos que Madrid fue durante siglos la capital de uno de los más formidables imperios que el mundo ha conocido. Como toda gran ciudad, Madrid necesitó siempre de agua potable para garantizar la subsistencia de sus habitantes, un reto importante si tenemos en cuenta lo exiguo del Manzanares y las recurrentes sequías propias de nuestro clima. 

Siguiendo el ejemplo de los árabes, los madrileños adoptaron el qanat como método preferente para extraer agua del subsuelo. En Madrid, los qanats recibieron el nombre de mayras —o también viajes, contracción derivada del latín via aquae ("camino del agua")—, y permanecieron operativos desde los inicios de la dominación musulmana hasta la primera mitad del siglo XX, es decir, durante casi un milenio. Luego detallaremos cómo se construían y funcionaban estas galerías, y por qué el agua abunda en el subsuelo madrileño. De momento nos concentraremos en su importancia en los orígenes de la capital de España.

En efecto, y pese a tratarse de absolutos desconocidos para el gran público, los viajes de agua están íntimamente ligados a la historia de nuestra ciudad. Santos Madrazo, uno de nuestros más insignes historiadores, opina que los viajes de agua “constituyeron la mayor originalidad de Madrid durante siglos”. No en vano, los más de ciento veinte kilómetros de galerías que surtían de agua a la capital del Imperio en su momento de mayor esplendor fueron de largo el sistema de abastecimiento subterráneo más ingenioso y desarrollado de todo el Viejo Continente.

Más allá de su importancia en la obtención de agua potable, muchos autores destacan que los qanats, o mayras, son una de las principales señas de identidad de Madrid. Sirva como ejemplo el insigne filólogo Jaime Oliver Asín, uno de los principales estudiosos de la toponimia madrileña, que establece que el origen del mismísimo nombre "Madrid" tiene mucho que ver con estas antiguas infraestructuras hidráulicas:

“Hoy puede proclamarse, sin miedo a error, que 'Madrid' o 'Mayrit' es un híbrido nombre mozárabe o hispanoárabe que significa, sencilla e indiscutiblemente, ‘lugar donde abundan las mayras’, o sea ciertos canales subterráneos propios de una técnica hidráulica oriental (…)”.
De manera similar, el arabista Miguel Casiri, explica el nombre Magerit, a partir del compuesto de "ma" (agua) y "gierit" (fluyente),  que bien podría asociarse al discurrir del agua por las galerías subterráneas.  

Si el término mayra ha pervivido en el nombre de Madrid, el término qanat tampoco se ha perdido por completo. Más bien al contrario. Encontramos que ha perdurado en topónimos tan típicamente madrileños como "Canillas" o "Canillejas", mientras que también se adivina su influencia etimológica en palabras ligadas al agua, como "alcantarilla"
alcántara viene de "qantara", que significa "acueducto", "cañería", "caño" o "canal""qana".

¿Qué es exactamente un viaje de agua?

Hechos a los climas áridos, los árabes que conquistaron la península Ibérica eran expertos en la captación de aguas subterráneas. Muestra de ello son los antiguos sistemas de abastecimiento de grandes capitales islámicas como Marrakesh o Teheran. Posiblemente, les bastó un primer vistazo a las fuentes de San Pedro para darse cuenta de que en los terrenos circundantes al enclave visigodo había agua subterránea en abundancia: después de todo, las aguas de los pocos manantiales naturales que encontraban en la zona, hoy desaparecidos, nacían directamente de la tierra. Puede que incluso fuese la presencia de estas fuentes una de las principales razones que les movieron a establecerse precisamente en Madrid: desde luego, no habría tenido sentido alguno construir una fortaleza de entidad, con su núcleo poblacional asociado, en un enclave totalmente carente de agua.

Así, los árabes fueron los primeros en excavar galerías de captación de aguas subterráneas en el subsuelo madrileño. Parece ser que una de las primeras obras de conducción de este tipo realizada por los árabes en España se construyó precisamente en Madrid en el siglo IX, y tuvo por objeto asegurar el suministro a la fortaleza de Muhammad I. 

La construcción de las galerías, qanats o mayras,
en adelante viajes de agua habitualmente comenzaba en los extrarradios del núcleo urbano, aprovechando zonas con suficiente desnivel con respecto al mismo para que el agua pudiera llegar hasta él circulando por gravedad. Primero se realizaban una serie de pozos verticales al estilo tradicional, es decir con pico, pala y cubo. Los pozos, separados entre sí unas decenas de metros, estaban alineados y tenían la profundidad suficiente como para alcanzar el nivel freático. De esta manera, salían las aguas de las paredes empapadas y se iban almacenando en el pozo. Una vez excavados, los pozos se iban uniendo por la base mediante un túnel lo suficientemente grande como para permitir el paso de una persona. Mediante un ingenioso sistema de nivelación del terreno se confería una ligera pendiente a las galerías de unión, favoreciendo así el flujo de las aguas en dirección a la ciudad. De esta manera, las galerías actuaban como canales subterráneos de conducción.

Los viajes consistían en galerías subterráneas ideadas para recoger agua freática por infiltración. Eran construidos con la suficiente profundidad, inclinación y desnivel topográfico como para conducir el agua por gravedad desde las afueras hasta Madrid. Por “afueras” debemos entender lo que hoy son distritos de la ciudad como Chamartín o Fuencarral, ya que el crecimiento de Madrid por el norte estuvo limitado por la cerca de Felipe IV –aproximadamente coincidente con las calles de Alberto Aguilera, Carranza, Sagasta y Génova– hasta finales del siglo XIX.
Por su parte, los pozos cumplían la doble función de respiradero y acceso para tareas de mantenimiento y limpieza. Los tramos de galería se iban uniendo hasta llegar al casco urbano, donde se instalaban fuentes públicas en la desembocadura de cada canal subterráneo.

En otras ocasiones, el proceso de construcción se realizaba a la inversa. Encontrado un manantial, se procedía a excavar un túnel siguiendo la vena líquida, con ánimo de agrandarla y obtener más agua. A medida que se iba profundizando la galería, se construían pozos verticales hasta la superficie para facilitar las tareas de mantenimiento indicadas anteriormente. Este es posiblemente el caso de las fuentes de San Pedro, que daban origen al arroyo Matrice, ya que en distintos momentos de la historia se hace referencia a ellas como viaje de agua.

La entrada a los pozos de acceso solía cubrirse para evitar que personas o animales pudieran caer dentro por accidente, así como para prevenir en lo posible la contaminación de las aguas. Las cubiertas podían tomar distintas formas, aunque desde el siglo XVII se impuso el "capirote": una suerte de pirámide de granito de base cuadrangular cuyas dimensiones eran de aproximadamente un metro de alto por un metro de ancho. Algunos de estos capirotes han sobrevivido al abandono y pueden todavía observarse por las calles y parques de Madrid. Por su número son especialmente destacables el conjunto de ocho capirotes de la Dehesa de la Villa y los seis que encontramos entre los parques de Los Pinos y La Ventilla.


Este es uno de los capirotes que han sobrevivido al crecimiento de la ciudad, y que podemos encontrar junto con otros cuantos en la Dehesa de la Villa, muy cerca de la Ciudad Universitaria.
Los viajes se construían buscando humedades y vetas permeables, por lo que tendían a formar entramados laberínticos abundantemente ramificados. Con el tiempo, la erosión producida por el agua al chocar contra la pared en las esquinas de las conducciones ocasionaba derrumbamientos que taponaban las galerías. Además, por la propia naturaleza del método de captación, era inevitable que el agua llevase una cierta carga de sólidos en suspensión. Para contrarrestar ambos problemas se solían construir depósitos en los codos. Estos depósitos conocidos como “arcas” o “cambijas” rompían la fuerza de la corriente y facilitaban la decantación de las partículas de barro. También servían para organizar la distribución del agua a la población, enviándola a las muchas fuentes que con el tiempo fueron construyéndose en la ciudad. Algunas de las fuentes más conocidas fueron la Fuente del Berro –a la que se atribuían propiedades medicinales–, la de los Caños del Peral o la de Lavapiés. Los viajes abastecían también a domicilio a particulares de las clases sociales más acomodadas, la nobleza y el clero.