El agua subterránea no solo fue (y es) vital para los madrileños desde el punto de vista práctico. También está fuertemente imbricada en nuestro acervo popular. Desde la antigua divisa de armas de la ciudad a las piadosas tradiciones asociadas a la figura del santo patrón de la ciudad, encontramos referencias a los recursos hídricos del subsuelo.
El agua de los viajes fue uno de los principales motores que permitieron el crecimiento de Madrid a lo largo de los siglos. No olvidemos que si hoy día el agua es indispensable para el crecimiento económico, en una economía basada en la agricultura de regadío lo era todavía más. No es por ello extraño que, ya en tiempos de la dominación cristiana, se hiciese mención al agua subterránea en la cota de armas de la ciudad. Este símbolo, precursor del oso y el madroño, consiste en una piedra de pedernal hundida a medias en el agua, y lleva aparejada la siguiente inscripción:
No es la única referencia que encontramos a las aguas subterráneas como parte de la identidad madrileña. El poeta Juan Hurtado de Mendoza, en 1550, escribe los siguientes versos:
Por su parte, el literato Ruiz de Alarcón, en “El Tejedor de Segovia”, expresa la generosidad del subsuelo madrileño en contraposición con la urbe de los canales y las góndolas, describiendo Madrid como la ciudad “que a Venecia burla en agua”; y también Núñez de Castro se maravilla de la abundancia de las aguas subterráneas de la Villa :
El agua subterránea aparece también en algunas tradiciones. Por ejemplo, es un hecho conocido que el patrón de la ciudad, san Isidro, fue zahorí además de labrador. A él se atribuyen varios milagros relacionados con el agua, siendo quizá el más espectacular el que cuenta que el santo hizo subir el nivel de agua de un pozo para poder rescatar a un niño —para algunos, su propio hijo— que accidentalmente se había caído dentro. De acuerdo con algunos autores, este pozo puede visitarse en el Museo de los Orígenes.
Otra piadosa tradición cuenta que las aguas de un pozo alumbrado por el santo tenían fama de milagrosas, y que estas curaron de una grave dolencia al rey Felipe II cuando todavía era niño. En agradecimiento, su madre, la emperatriz Isabel de Portugal, mandó levantar junto a dicho pozo lo que hoy es la Ermita de San Isidro.
El agua de los viajes fue uno de los principales motores que permitieron el crecimiento de Madrid a lo largo de los siglos. No olvidemos que si hoy día el agua es indispensable para el crecimiento económico, en una economía basada en la agricultura de regadío lo era todavía más. No es por ello extraño que, ya en tiempos de la dominación cristiana, se hiciese mención al agua subterránea en la cota de armas de la ciudad. Este símbolo, precursor del oso y el madroño, consiste en una piedra de pedernal hundida a medias en el agua, y lleva aparejada la siguiente inscripción:
“Fui sobre agua edificada
mis muros de fuego son
esta es mi insignia y blasón”
“De fuego ser cercada te dixeron
antiguos siglos, y sobre agua armada;
tus venas de agua y sierra luz te prestan”
“(...) estriban los edificios en Madrid sobre cabezas de montes, como la soberbia Roma, pero tan fecundos en aguas dulces que a cada paso se descubren manantiales y se fabrican fuentes (...)”
Otra piadosa tradición cuenta que las aguas de un pozo alumbrado por el santo tenían fama de milagrosas, y que estas curaron de una grave dolencia al rey Felipe II cuando todavía era niño. En agradecimiento, su madre, la emperatriz Isabel de Portugal, mandó levantar junto a dicho pozo lo que hoy es la Ermita de San Isidro.