En muchas regiones secas se utilizan aguas subterráneas no renovables para regar. A menudo estos proyectos llevan grabada a fuego la inquietante etiqueta de "desarrollo insostenible". Hoy os traigo el espectacular caso del Wadi Al-Sirhan —con sus no menos espectaculares imágenes de satélite—, para reflexionar un poco sobre el complejo concepto de sostenibilidad.
Imagina un gran desierto —tan grande que su superficie sea cuatro veces superior a la de España—, que esté rodeado por mares de agua salada y donde la temperatura media en invierno ronde los 30 grados; donde la población se concentre casi toda en la costa y cuyo vasto interior esté prácticamente vacío.
¿Ya? Bueno, pues estás pensando en Arabia Saudí.
Arabia Saudí, como sabrás, queda al sur de Irak, entre el Golfo Pérsico y el Mar Rojo. Es un país sin ríos donde llueve menos de mitad que en las zonas más secas de Almería. Sus únicos recursos hídricos son la desalación de agua de mar —todavía muy minoritaria— y los acuíferos subterráneos. Sobre estos últimos recae la responsabilidad de proporcionar agua a treinta millones de personas, y —lo que es casi más importante—, sustentar un sector de regadío que supone el 80% de su consumo anual de agua. Para complicar las cosas un poco más hay que decir que se trata de acuíferos de aguas fósiles: aguas que se infiltraron entre cinco y treinta mil años atrás, cuando la zona experimentó un ciclo climático más húmedo. Como no ha llovido prácticamente desde entonces, su tasa actual de recarga es mínima.
En los últimos años se ha disparado el uso de aguas fósiles en el país, todo en pos de cultivar cereal en el desierto. A primera vista parece una locura, y desde luego tiene importantes inconvenientes, pero también tiene su razón de ser. Varios de estos proyectos sin duda merecerían una entrada del blog, pero a mi juicio ninguno es más llamativo que el caso de Wadi Al-Sirham.
El sueño de transformar el desierto en vergel
Solo hay que ver un telediario para saber que Arabia Saudí se encuentra en una zona de fuerte inestabilidad política, limitando por el norte con Irak y Jordania, y apenas separada de Israel por una estrecha franja a la altura de la península del Sinaí y de Irán por el diminuto Emirato de Kuwait. En las últimas décadas la región ha sido escenario de múltiples conflictos bélicos, incluyendo la Guerra de los Seis Días, el conflicto del Yom Kippur, la Guerra del Líbano, el conflicto Irán-Irak o las dos Guerras del Golfo, así como las guerras civiles de Siria, Irak e Irán y el estado permanente de pugna entre Israel y Palestina.
¿Ya? Bueno, pues estás pensando en Arabia Saudí.
Arabia Saudí, como sabrás, queda al sur de Irak, entre el Golfo Pérsico y el Mar Rojo. Es un país sin ríos donde llueve menos de mitad que en las zonas más secas de Almería. Sus únicos recursos hídricos son la desalación de agua de mar —todavía muy minoritaria— y los acuíferos subterráneos. Sobre estos últimos recae la responsabilidad de proporcionar agua a treinta millones de personas, y —lo que es casi más importante—, sustentar un sector de regadío que supone el 80% de su consumo anual de agua. Para complicar las cosas un poco más hay que decir que se trata de acuíferos de aguas fósiles: aguas que se infiltraron entre cinco y treinta mil años atrás, cuando la zona experimentó un ciclo climático más húmedo. Como no ha llovido prácticamente desde entonces, su tasa actual de recarga es mínima.
En los últimos años se ha disparado el uso de aguas fósiles en el país, todo en pos de cultivar cereal en el desierto. A primera vista parece una locura, y desde luego tiene importantes inconvenientes, pero también tiene su razón de ser. Varios de estos proyectos sin duda merecerían una entrada del blog, pero a mi juicio ninguno es más llamativo que el caso de Wadi Al-Sirham.
El sueño de transformar el desierto en vergel
Solo hay que ver un telediario para saber que Arabia Saudí se encuentra en una zona de fuerte inestabilidad política, limitando por el norte con Irak y Jordania, y apenas separada de Israel por una estrecha franja a la altura de la península del Sinaí y de Irán por el diminuto Emirato de Kuwait. En las últimas décadas la región ha sido escenario de múltiples conflictos bélicos, incluyendo la Guerra de los Seis Días, el conflicto del Yom Kippur, la Guerra del Líbano, el conflicto Irán-Irak o las dos Guerras del Golfo, así como las guerras civiles de Siria, Irak e Irán y el estado permanente de pugna entre Israel y Palestina.
En estas condiciones, un país carente casi por completo de agricultura como Arabia se las tenía que arreglar para depender lo menos posible de la importación de alimentos del exterior.
Hasta los años ochenta el sector agrario en Arabia Saudí se reducía a unas pocas comunidades de regantes de huerta —la mayoría en el entorno de oasis— y a pequeñas tribus de pastores nómadas, que practicaban una ganadería casi de subsistencia. Es a partir de entonces cuando el gobierno saudí pone en marcha un plan de desarrollo muy ambicioso. El objetivo: alcanzar la suficiencia alimentaria. Para ello se centraron en la puesta en regadío de grandes superficies de terreno, utilizando para regar aguas subterráneas fósiles.
El caso más llamativo es el de Wadi Al-Sirhan. Se trata de un macroproyecto de regadío situado sobre un importante conjunto de acuíferos del norte del país. Estos acuíferos se extienden sobre una superficie equivalente a la de Extremadura y que tienen un espesor que oscila entre los 200 y los 1300 metros.
Mira las siguientes imágenes de satélite. Representan cómo creció la superficie regada entre 1986 y 2012. Los circulitos son parcelas de riego. En la foto parecen pequeños, pero la realidad es que cada uno tiene un diámetro de aproximadamente un kilómetro.
Hasta los años ochenta el sector agrario en Arabia Saudí se reducía a unas pocas comunidades de regantes de huerta —la mayoría en el entorno de oasis— y a pequeñas tribus de pastores nómadas, que practicaban una ganadería casi de subsistencia. Es a partir de entonces cuando el gobierno saudí pone en marcha un plan de desarrollo muy ambicioso. El objetivo: alcanzar la suficiencia alimentaria. Para ello se centraron en la puesta en regadío de grandes superficies de terreno, utilizando para regar aguas subterráneas fósiles.
El caso más llamativo es el de Wadi Al-Sirhan. Se trata de un macroproyecto de regadío situado sobre un importante conjunto de acuíferos del norte del país. Estos acuíferos se extienden sobre una superficie equivalente a la de Extremadura y que tienen un espesor que oscila entre los 200 y los 1300 metros.
Mira las siguientes imágenes de satélite. Representan cómo creció la superficie regada entre 1986 y 2012. Los circulitos son parcelas de riego. En la foto parecen pequeños, pero la realidad es que cada uno tiene un diámetro de aproximadamente un kilómetro.
¿Es sostenible Wadi Al-Sirhan?
Los beneficios de proyectos como Wadi Al-Sirhan fueron inmediatos y se mantienen hasta la fecha. No solo se han creado puestos de trabajo y toda una industria auxiliar alrededor de la agricultura de regadío —se estima que hoy el sector primario genera medio millón de empleos directos en todo el país—, sino que el proyecto ha servido también para fijar población nómada al terreno y dotar a las comunidades de la zona de infraestructuras básicas como carreteras, telecomunicaciones, escuelas y hospitales.
En su debe hay que decir que la inversión de dinero público fue cuantiosa, y que el recurso motor del proyecto —el agua subterránea— es limitado y no renovable. En este sentido, el estudio hidrogeológico más reciente sobre los acuíferos de la zona data de 2013, y fue editado por las Naciones Unidas en colaboración con la agencia de cooperación internacional alemana. El informe detalla que no existen todavía problemas serios de sobreexplotación a pesar del uso intensivo que se ha hecho de las aguas subterráneas en el último cuarto de siglo. Sin embargo, alerta de dos problemas incipientes que podrían resultar graves a medio plazo.
El primero consiste en el descenso del nivel freático. Los datos proporcionados por el informe de las Naciones Unidas permiten establecer que las reservas del acuífero se han reducido en menos del 10%. Aunque la cifra es pequeña, esto ha dado lugar a descensos del nivel freático en determinadas zonas, lo que ha tenido como consecuencia más inmediata la reducción del rendimiento de algunos pozos.
El segundo problema tiene que ver con la calidad del agua. Aunque las aguas de los acuíferos de la zona son de calidad aceptable para riego, presentan sales disueltas como consecuencia de haber estado en contacto con yesos y otros materiales salinos del subsuelo. Al regar los cultivos durante la época seca, el agua tiende a evaporarse deprisa, mientras que las sales disueltas —que no pueden evaporarse— precipitan. Se corre con ello el riesgo de que los suelos agrícolas se vayan salinizando con el tiempo, con el consiguiente impacto negativo sobre los cultivos.
Por otra parte, los costes de cultivar en el desierto se demostraron enormes. Se estima que producir grano autóctono le costaba a los saudíes del orden de cuatro veces más que importarlo del extranjero, coste que compensaban subvencionando los proyectos con parte de los beneficios de la exportación del petróleo. Sea como fuere, en 2005 Arabia Saudí había conseguido su objetivo, pasando de ser un país sin apenas agricultura a un exportador de cereales.
El problema a día de hoy es más económico que hidrológico, ya que las cuantiosas subvenciones al desarrollo agrícola comienzan a pesar sobre los presupuestos generales del país. Quizá por ello, en tiempos recientes el gobierno saudí ha enfocado su estrategia a promover cultivos de mayor rendimiento económico y menor consumo de agua.
¿Puede lo insostenible pasar a ser sostenible?
Aunque de momento no haya pasado nada, es inevitable pensar qué ocurrirá cuando el agua de esos acuíferos se acabe, o cuando los suelos se hayan salinizado lo suficiente como para impedir que la actividad agraria siga desarrollándose con normalidad. ¿De qué vivirán todos aquellos que han hecho de la agricultura su modo de vida?, ¿de qué vivirán los que trabajan en las industrias auxiliares?, ¿seguirán teniendo hospitales y escuelas? Las preguntas son muchas y la realidad es que nadie puede presumir de tener la respuesta.
La corriente más extendida entre los expertos es que el desarrollo insostenible debe evitarse como regla general. Es decir, todo desarrollo que acometamos debe hacerse de manera responsable para no comprometer las posibilidades de las generaciones futuras.
Esto suena razonable, pero existen algunas voces discrepantes. Un ejemplo es la minería: ¿para qué sirve tener toneladas de oro en el subsuelo si no las puedo extraer porque entonces no estarán disponible para las generaciones futuras? Como no sabemos cuál será la última generación de seres humanos, este razonamiento lleva a que ninguna podría nunca explotar el recurso, que quedaría desaprovechado para toda la eternidad.
Recuerdo un artículo que lei hace algunos años. Lo firmaba el profesor Price, de la Universidad de Reading. Se titulaba "Who needs sustainability?", que traducido viene a querer decir algo así como "¿Sostenibilidad? ¿para qué?". El artículo venía a decir que a lo largo de los últimos milenios la humanidad ha experimentado un desarrollo sostenible —después de todo no nos hemos extinguido todavía—, que entre todos hemos construido a base de pequeños desarrollos insostenibles.
Explicaba su postura mediante el ejemplo de dos ciudades, Londres y Denver. Ambas urbes tuvieron en la minería el catalizador de su desarrollo: la primera mediante la explotación del carbón y la segunda con la fiebre del oro. Durante años, millones de personas se ganaron la vida más o menos dignamente gracias a las explotaciones mineras, que atrajeron población inmigrante, aglutinaron industrias auxiliares y del sector servicios y con ello potenciaron el crecimiento económico.
Hoy ninguna de las dos ciudades puede definirse como un "enclave minero". La fiebre del oro hace tiempo que se apagó en Denver, y en la cuenca del Támesis hace décadas que no queda ni un gramo de carbón. En ambos casos se extrajo lo que había sin pensar en el mañana, ni en lo que quedaría para las generaciones futuras: con el libro en la mano estaríamos hablando de desarrollo insostenible puro y duro.
No obstante, Londres es hoy la capital financiera del mundo. Y Denver un pujante centro de servicios e industrias de alta tecnología. Si su desarrollo realmente fue insostenible ¿cómo es posible que sus condiciones de vida sean hoy muy superiores a las de entonces?, ¿cómo es posible que sigan siendo comunidades económicamente vibrantes? En definitiva: ¿cómo es posible que hayan ido a mejor?
Ciertamente encontramos pocas semejanzas entre el Londres de la Revolución Industrial, con toda la insostenibilidad de su desarrollo, y la ciudad moderna y turística que podemos visitar hoy en día. |
Evidentemente, esto último no es tan sencillo. También hay por ahí casos donde el desarrollo insostenible ha llevado al desastre. Sin ir más lejos, la crisis económica que vivimos actualmente en nuestro país tiene mucho que ver con no haber sabido gestionar la burbuja inmobiliaria. Además, las ideas de Price tienen mucho que ver con los recursos minerales, que no son tan esenciales para la subsistencia como el agua. Por tanto, hay que darles su justo valor, y alabar el hecho de que él mismo se lo de en su artículo.
Desde la sensatez, estas ideas ponen de manifiesto que no todo lo que parece insostenible realmente lo es. Quién sabe, puede que en el futuro examinemos lo que los saudíes han hecho en Wadi Al-Sirhan y lo veamos como una estrategia sensata que sacó a miles de personas de la pobreza y dio un futuro digno a sus hijos.