viernes, 15 de agosto de 2014

El "inútil Manzanares"

Ninguno de nosotros hemos visto el Manzanares fluir en régimen natural. Solo podemos imaginarnos cómo fue en el pasado a través de las crónicas de época. Estas nos lo pintan como un río de contrastes, propenso a inundaciones durante las épocas húmedas y a convertirse en cenagal durante los estiajes. Lo cierto es que las aguas del Manzanares casi nunca sirvieron para calmar la sed de los madrileños. De ahí que, ya desde antiguo, nuestro aprendiz de río haya sido conocido como "el inútil Manzanares".



Tiene algo de paradójico que el Manzanares, siendo el curso fluvial más evidente del entorno de Madrid, haya sido desdeñado como recurso desde los tiempos de los árabes.
 
En gran medida, la historia de nuestra ciudad y su río es la historia de un desencuentro. Por sus fuertes crecidas y estiajes, el Manzanares nunca presentó un régimen hidrológico los suficientemente estable como para permitir a los madrileños saciar su sed. Por otra parte, el fuerte desnivel que era necesario salvar para subir sus aguas a la ciudad y la disponibilidad de aguas subterráneas hacía que la tarea, sencillamente, no mereciese la pena.

En efecto, el uso del Manzanares —definido en la Revista de Obras Públicas como un "río navegable hasta en coche", estuvo tradicionalmente restringido a algún pequeño riego ribereño, al arrastre de excretas, como lavadero para las personas y abrevadero para las bestias. En realidad, no fue hasta la segunda mitad del siglo XX, con la construcción del embalse de Santillana, cuando el Manzanares adquirió una relativa relevancia en el panorama de los recursos hídricos de Madrid. 

Pero no adelantemos acontecimientos...